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viernes, 9 de diciembre de 2011

Viaje y toma de contacto

¡Nos vamos para la India!

23 de diciembre. ¡Por fin llegó el día! Ese día tocaba madrugar, que a las 7:40 teníamos el avión de Santander a Madrid para a las 12:00 coger el avión de Saudí Arabian Airlines que nos llevaría a la India, previa escala en Riyadh. Lo que no nos esperábamos es que íbamos a empezar el viaje con mal pie. Una vez llegamos al aeropuerto, facturamos y nos metieron en el bus hasta pie de avión... y de allí no pasamos. Por lo que oí al conductor del bus, algo pasaba en el avión que el piloto decía que no podía despegar. A todo esto, tengo que decir que me pasé varios meses pensando que el avión en el que montásemos se iba a estrellar, ya que no acabo de entender que un bicho tan grande pueda volar... ¡y menos durante tantas horas! Total, que esto me pareció un mal presagio (cuanto daño ha hecho la saga de “Destino Final”...). Así que con las mismas nos devolvieron al aeropuerto y nos mandaron a los mostradores de facturación. Yo ya me veía cogiendo el coche y yendo a 180 km/h a Madrid para intentar coger el siguiente vuelo cuando una señorita de Iberia nos dijo que nos colocarían en el siguiente vuelo, que salía una hora después. De lo malo malo íbamos con Iberia, porque si llega a ser Ryanair, ahí hubiera terminado nuestra aventura.

El siguiente avión salió sin problemas, y llegamos a Madrid, donde nada más llegar nos dirigimos a los mostradores de facturación. Las mochilas nos las facturaron hasta Delhi, previo consejo a mi novia por parte del personal de Saudi Arabian de que se tapara, que si no lo mismo tenía problemas con la policía religiosa durante nuestra escala en Riyadh... la verdad es que no sé si existirá dicha policía, pero no me extrañaría.

El vuelo salió con hora y pico de retraso. Era un avión bastante nuevo, normalito, de los de medio recorrido, que iba bastante vacío. Lo malo iban a ser las horas que nos íbamos a tirar en él, ya que por algo el billete solo nos había costado 365€ i/v... hacía una escala de una hora en Milán para recoger a más pasajeros, donde se llenó hasta arriba.

Alrededor de media noche llegamos a Riyadh, la capital de Arabia Saudí. Era un aeropuerto que se veía muy nuevo, aunque para ser el aeropuerto de la capital me pareció pequeñito. Después de volver a pasar los controles (nunca entenderé por qué cuando haces escala, tienes que volver a pasar controles) y de que nos dieran algo de cenar por cortesía de la aerolínea, intentamos acomodarnos para dormir algo hasta las 4 y pico de la mañana que salía el siguiente vuelo. Mal aeropuerto para intentar dormir... no había ningún sitio retirado en el que acomodarnos, y cada dos por tres la puñetera megafonía dando la coña... hasta que por fin pudimos subir al siguiente avión.


El avión más grande en el que nos habíamos subido nunca, por cierto. Era el típico avión con los asientos en 3-4-3, con su pantallita individual y hasta una entrada USB en el que meter un lápiz de memoria con tus propias pelis, muy útil de haberlo sabido, ya que obviamente las películas eran en inglés o árabe. La verdad es que el viaje estuvo muy bien, el avión ni se movía, y el personal bastante atento.


Por fin a eso de las 11 del viernes 24 de diciembre llegamos a Delhi.

¡Estábamos en la India! ¡Por fin después de tanto planear y fantasear, habíamos llegado! O casi, ya que como nos parecieron pocas horas de avión, decidimos coger otro vuelo a Varanasi.

Después de estar hora y pico para llegar al control de pasaportes, esperar la cola y por fin pasar el control, fuimos a recoger el equipaje (que por cierto, tardó bastante) y cambiamos algo de dinero para los primeros gastos, como el taxi del aeropuerto internacional al nacional. Para coger un taxi, primero debes dirigirte al mostrador que hay a la izquierda, antes de salir del aeropuerto, y decir a donde quieres ir. Ya hay una tarifa prefijada para cada sitio, por lo que no hay que regatear. Allí pagas y te dan un recibo, el cual tienes que dar al taxista en cuestión una vez llegues a tu destino.

Cuando salimos del aeropuerto, un guardia nos indicó el taxi que teníamos que coger, así que nos dirigimos al aeropuerto desde donde salen los vuelos domésticos. Íbamos un poco nerviosos, porque no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar en cuanto a tráfico, ya que el vuelo salía a las 14:10, lo que significaba que a las 13:30 teníamos que haber facturado. Pero en menos de media hora habíamos llegado y todavía nos sobraban algo más de 15 minutos. Para ese entonces ya habíamos tenido una toma de contacto con la peculiar (y ligeramente suicida) forma de conducir india. En el trayecto de un aeropuerto al otro, nos cruzamos con algún tuk tuk en sentido contrario por la ¿autovía?, nuestro taxista invadió el arcén de tierra al encontrarnos con un pequeño atasco, comprobamos la afición que tienen a tocar el claxon,... y seguramente alguna cosilla más que se me olvida.

El último vuelo, que nos llevaría a la ciudad sagrada de Varanasi (o Benarés), lo teníamos con la compañía de bajo coste india de Spicejet. Salió alrededor de una hora tarde, como no. Eso sí, el avión muy bien, y nos dieron un botellín de agua.

A eso de las 5 de la tarde llegamos al aeropuerto de Varanasi. Es un aeropuerto nuevo y pequeño. Para ir a la ciudad cogimos otro taxi de prepago en el mostrador, donde pagamos 450 Rs. Fue un trayecto de alrededor de una hora, ya que el aeropuerto se encuentra un poco alejado de la ciudad, a unos 20 km. En ese trayecto ya saboreamos la conducción india en todo su esplendor. Una hora de mezcla entre sufrimiento provocado por tu propio instinto de supervivencia, risa nerviosa, diversión (la misma que te puede producir el Dragon Khan) y asombro por lo que te rodeaba... por la carretera iban coches, camiones, bicicletas, tuk tuks, cabras, vacas, perros y gente, todo mezclado sin ningún orden, donde tenía la prioridad quien fuera más grande. Ya empezamos a comprender que el claxon lejos de usarlo como elemento agresor, lo utilizan como aviso, para que los demás sepan por dónde vas y por dónde vas a adelantarles, así que nadie se ofende porque le pites.

Varanasi es el nuevo nombre de la muy antigua Benarés, la ciudad de Shiva, dios de la destrucción (o de la renovación, como lo quieras ver) una de las ciudades más sagradas de los hindúes. A ella deben acudir para limpiarse de sus pecados en el Ganges, y a ella acuden muchos ancianos a esperar a la muerte. Creen que muriendo allí alcanzan la moksa, oseasé, la liberación del ciclo de las reencarnaciones.

Cuando por fin llegamos a la ciudad ya era de noche, y por lo que leímos en la guía, y comprobamos por nosotros mismos, el taxi no puede pasar de un punto, ya que a partir de ahí las calles son tremendamente estrechas. Naturalmente no teníamos ni idea de hacia dónde teníamos que ir, ya que aquello a simple vista parece un laberinto, así que el taxista se ofreció a llevarnos hasta nuestro hostal, el Scindhia Guest House, al lado del Manikarnika ghat, el principal ghat crematorio. Durante los minutos que duró el recorrido, nuestro asombro iba en aumento... aquello era una maraña de calles oscuras y estrechas por las que nos cruzábamos con niños que te hablaban, vacas, cabras, perros,... y un peculiar olor que venía de las hogueras que los indios hacían para entrar en calor y para las que descubrimos más tarde que usaban boñigas secas de vaca, que por lo visto arden que da gusto (de ahí el olorcillo) hasta que por fin llegamos al hostal. Allí el taxista era evidente que esperaba una propina (como todo el mundo a lo largo de lo que sería el viaje), así que para asegurarme que el lunes, día que partíamos de Varanasi, tendríamos un taxista que nos fuera a buscar al hostal, le dije que el lunes por la mañana nos viniera a buscar y le pagaríamos 600 Rs. por llevarnos al aeropuerto.

El hostal a simple vista estaba bien. Era sencillo y el personal simpático. El alojamiento lo habíamos preacordado por email. Una habitación con balcón mirando al Ganges (que el personal del hotel nos indicó que dejáramos cerrado para que no entraran los monos), desde donde veíamos el Manikarnika ghat, con baño privado, 750 Rs. Seguramente si no hubiéramos preacordado el precio hubiera sido más barato, pero al ser el primer viaje de este estilo preferimos llevar casi todo el alojamiento así.

Por fin habíamos llegado. Para ese entonces yo estaba alucinado y encantado, deseando salir del hostal para ver un poco el paseo por los ghats, y Tamara estaba alucinada y un poco descolocada por llamarlo de alguna manera, ya que Varanasi es un poco “radical” como primera parada en India. Después de dejar las mochilas y descansar unos minutos, decidimos salir a dar un paseo. No nos adentramos mucho por las callejas que preceden a los ghats, ya que estaba bastante oscuro y no conocíamos nada. Compramos unas espirales para los mosquitos por unas pocas rupias y un mechero, y decidimos ir a ver el Manikarnika ghat un poco más de cerca. Por el camino de hecho nos cruzamos con un cadáver tapado por una tela, con los seres queridos siguiendo el cortejo fúnebre y cantando mantras. Como es habitual, en el ghat crematorio había mucha gente congregada debido a la cremación de algún cadáver. Nosotros nos colocamos a una distancia prudencial, ya que no deja de ser un funeral y “nos daba cosa estar demasiado cerca”, pero no tardó en acercarse lo que supusimos que era un sadhu para explicarnos un poco cómo funcionaba todo, y pedirnos algo de dinero para comprar madera para las cremaciones... no sé si será verdad o no, pero bueno, le dimos unas cuantas rupias y seguimos río arriba viendo los ghats, con los restos de lo que habían sido las pujas.

Llegamos hasta Dasaswamedh ghat, el ghat más céntrico, donde se hace la principal puja todas las tardes a eso de las 19:00. La puja es una ceremonia que se celebra en honor al Ganges, donde se mezcla religiosidad, danza, fuego y las famosas velitas con flores sobre una hoja de loto que se depositan en el río para que se lo lleve.


Por allí había un mercadillo que se adentraba en la ciudad por una calle ancha e iluminada, así que nos dimos una vuelta por allí. Ya empezamos a ver lo habladores que son los indios, ya que se nos acercó más de uno para ofrecernos ir a alguna tienda o restaurante, y ya de paso se quedaban un rato hablando con nosotros.


Después del paseo de vuelta al hostal, que estaba a unos 15 o 20 minutos de Dasaswamedh ghat, preguntamos por el restaurante para cenar algo. Había un restaurante en el último piso del edificio, con buenas vistas de la zona, así que como era nochebuena nos dimos una buena cena por unas 450 Rs. los dos, tras lo cual nos fuimos a dormir. Había sido un día muuuy largo y nos lo habíamos ganado.

La toma de contacto para mi no habría podido ser mejor, aunque Tamara estaba algo “asustada”. Mucha gente dice por los foros que Varanasi es mejor dejarlo para el final, ya que es un choque muy fuerte. Nosotros por cuestión de organización decidimos empezar por allí... y creo que es lo mejor que pudimos hacer. Te encuentras cara a cara con la India ancestral y sagrada, la de los dioses y el karma, la de los sadhus bañándose en los ghats y los ancianos esperando con tranquilidad su hora. Donde se mezcla la vida y la muerte, que no deja de ser las dos caras de la misma moneda. Una India que a mi me atrajo desde el primer momento, y que a Tamara le atraería cuando la viera a la luz del Sol. Es esa parte de la India que te hace reflexionar. A mi por lo pronto me hizo reflexionar sobre cómo afrontar la muerte... en Varanasi ves que aunque es algo triste, es una etapa más de la vida, y no se afronta con el traumatismo y el tabú con que se afronta en Occidente... o eso es lo que yo percibí. También percibes que en este mundo en el que todo gira en torno a lo material, hay rincones en los que todavía cabe lo espiritual.


No hace falta ser hinduista para percibir que esa ciudad tiene algo especial, que se ve, se oye, pero sobre todo se respira.

Mañana será otro día. Esto solo acaba de empezar.

2 comentarios:

  1. Un pequeño consejo Mr. Peces, hagame los posts mas cortos, que viendo esto uno se desmotiva para leer :P

    Nos vemos dentro de poquito !!!!

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  2. Si quieres te hago un resumen, desgraciao!

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