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viernes, 16 de diciembre de 2011

Khajuraho I

Llegamos a Khajuraho al mediodía.

Khajuraho es un pueblo a medio camino entre Varanasi y Agra, famoso por sus templos tallados con escenas eróticas. La dinastía Chandela construyó cerca de 85 templos entre los años 950 y 1050, de los cuales solo quedan 25, divididos básicamente en dos conjuntos, el oriental y el occidental (este último es por el que el pueblo es famoso). Pero esto nos ocuparía al día siguiente.

Nada más llegar al aeropuerto cogimos un taxi al pueblo. Es un trayecto de 5 km. por el que pagamos 150 Rs. De camino al hotel ya empezamos a percibir el ambiente un tanto agobiante que se respira allí, con mucho el sitio en el que más nos acosaron (y diría que no es un término exagerado) de todo nuestro viaje. Tuvimos la típica conversación con el taxista y su copiloto sobre nuestra estancia allí, sobre si nos gustaba el país... y sobre a dónde iríamos después. Y ahí empezó la presión, porque al decir que iríamos a Orchha se tiró medio viaje insistiéndonos una y otra vez para que fuéramos con él. Yo entiendo perfectamente que se intenten vender, al fin y al cabo viven de eso, pero de verdad que fue muuuy pesado. Total, que acabamos pidiéndole la tarjeta por si acaso y saliendo del taxi pitando para entrar en el hotel... y en esos pocos metros nos rodearon varios "cazaturistas" ofreciéndonos de todo, a los cuales no hicimos ni caso.

Habíamos reservado habitación en el hotel Zen, una habitación doble, grande y limpia por 650 Rs. El hotel en si no está mal. Tiene en su interior un jardincito "zen" un poco descuidado y está situado cerca del conjunto occidental de templos. Nada más llegar nos ofrecieron un té con limón cortesía de la casa y, como no podía ser menos en este pueblo, tras la conversación sobre nuestro viaje nos empezaron a organizar la estancia. Uno agradece el interés y que te comenten lo que puedes hacer, pero no que te empiecen a decir lo que tienes que hacer por la tarde, y al día siguiente mañana y tarde también... haciendo caso omiso a sus propuestas, le comentamos que en un par de días queríamos ir en coche a Orchha, y nos ofreció uno por 2.000 Rs., así que tomamos nota.

Ese día teníamos intención de acercarnos a las cataratas Raneh, situadas a unos 20 Km. de Khajuraho, una especie de parque natural en el que además puedes ver algún animal... incluso cocodrilos según la guía. Como no teníamos hambre, decidimos ir para allá, así que salimos a la calle en busca de un tuk tuk para ir hasta allí. Nada más salir, la avalancha de cazaturistas de rigor, ofreciéndote desde transporte hasta droga. Huimos despavoridos en busca del espacio vital perdido y del tuk tuk en cuestión, pero la verdad es que no sé por qué más de uno al que le preguntamos no quería llevarnos... Decían que no tenían agua, pero aun así a nosotros nos apetecía dar una vuelta por allí. Finalmente encontramos a uno dispuesto, un joven que resultó bastante majo, y se le veía un hombre serio. Eso si, me da la ligera impresión de que nos la metió un pelín doblada... 600 Rs. nada más y nada menos. Entre que no podíamos elegir mucho y que aun estábamos muy verdes, accedimos.


Tardamos un rato en llegar, ya que el tuk tuk si tiene alguna cualidad, no es la rapidez precisamente, pero fue un camino agradable. Era muy distinto al entorno de Varanasi, donde había mucha gente, muchos coches y mucho de todo. Este era un entorno mucho más rural, sin masificaciones y mucho más verde. Por fin llegamos al parque, donde hay que pagar entrada, además de unas pocas rupias más por el guía. Era cierto que no llevaban agua, aunque tampoco la esperábamos, pero la garganta excavada por el río era muy bonita, con agua en el fondo y escarpadas paredes que acababan en una gran llanura con algún árbol desperdigado. Según nos explicaron, en el monzón todo aquello se llena de agua e incluso muchas veces no se puede visitar el parque porque es peligroso. De hecho las últimas lluvias por lo visto se llevaron a una familia río abajo...


El guía era un hombre mayor muy simpático, la verdad, así que le dimos un propinilla tras recibir una sutil sugerencia por su parte (en eso no se cortan, por pedir que no quede).


Una vez visto esto, le preguntamos al conductor del tuk tuk que dónde era el lugar donde podría haber cocodrilos, y por lo visto para eso había que adentrarse bastante más en el parque por un camino muy malo... lo que traducido a rupias significaba un plus de 200... Así que nada, ya puestos pedimos que nos lo añadiera a la cuenta y pa'lante.


 El camino efectivamente era muy malo... de hecho en uno de los baches me pareció ver la suspensión del tuk tuk que se alejaba mientras nos decía "adiós", pero nos gustó mucho. Por el camino había muchos monos, ciervos y pavos reales en libertad. En un punto el conductor paró para enseñarnos un rinconcito con unas bonitas vistas.


Según nos dijo, eso solo se lo enseñaba a las buenas personas... ¡que menos, que con nosotros había hecho el día! Por fin llegamos al punto donde en teoría podría haber cocodrilos (y gaviales, unos parientes de los cocodrilos), aunque ya nos advirtieron de que había que tener suerte. Allí había un guarda y otro señor que no sabíamos quien era, suponemos que el barquero.


La verdad es que al principio fue un poco decepcionante, ya que nos dejaron unos prismáticos y ahí estuvimos un buen rato, intentando adivinar la forma de un cocodrilo desde lo alto... Yo lo que quería era bajar al lago y dar un paseo en barca (mi segundo nombre es Peligro...), hasta que por fin nos lo propuso el guía. Lo gracioso fue que nos lo propuso en plan secreto, nos dijo que un paseíto rápido sin que se enterase el guarda, que estaba prohibido... hombre, en la guía ponía bien claro que se podían dar paseos en barca (50 Rs. los indios, 100 Rs. los demás), e incluso por allí había un cartel al respecto, pero bueno, habría que seguirles la corriente. Tamara no estaba muy de acuerdo, ya que es un poco miedosa en lo que al agua se refiere, y más si puede haber monstruos-come-gente bajo la superficie, pero al final le convencí. Total... será por piernas... ¡si las tenemos repe!


Así que rápidamente estábamos a pie del lago, montándonos en una barca; y rápidamente estábamos bajándonos de la barca, porque el crucero no duró ni dos minutos... En fin, otras 100 Rs. Por supuesto la única vida animal subacuática que vimos fue la de algún pececillo despistado.

Ya era tarde, así que hicimos el camino de vuelta, que nos llevó cerca de una hora.

Ya de vuelta al hotel se había hecho de noche (y nosotros sin comer desde lo poco que comimos en el aeropuerto de Varanasi), así que tras una ducha medio fría, ya que el agua caliente no funcionaba bien, bajamos a cenar. El restaurante del hotel no lo recomiendo, comida más bien malilla y más caro que la media. Después de la cena ya apetecía descansar... había sido un día muy largo, que empezamos sobre el río Ganges. Además al día siguiente queríamos levantarnos un poco pronto para ver los templos.

Una vez en la habitación comprobamos que no éramos los únicos huéspedes... a pesar de que que había dejado la espiral antimosquitos encendida, los mosquitos no debían de saber que eso se suponía que les tenía que matar. Así que como no captaban la indirecta y había varios, colocamos como pudimos la mosquitera que llevábamos en nuestras mochilas, montando una especie de tienda de campaña que iba desde el cabecero de la cama hasta nuestros pies. Pero todavía nos faltaba por descubrir otro animalito que se había apuntado a la fiesta y que a Tamara no le despertaba mucha simpatía... un geco, salamanquesa o como queráis llamarlo. A mi no me desagradan, al fin y al cabo no dejan de ser unas lagartijas un poco gordas que comen insectos y que se asustan más que tú cuando las descubres. Y Tamara ya se podía ir acostumbrando, porque no sería la única que nos encontraríamos... o igual era la misma... en cualquier caso la puse un nombre. Se llamaría Cucudrulu.

Por fin los chupasangre, Cucudrulu, Tamara y yo nos fuimos a dormir... Pero no por mucho tiempo, ya que hacia la mitad de la noche llamaría a nuestra puerta una nueva compañera que nos acompañaría durante unos cuantos días. Yo no la quería abrir, pero debía de tener llave. Y es que cuando Doña Diarrea te visita, es difícil darle esquinazo.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Varanasi III, un hasta luego

Mereció la pena el madrugón para ver amanecer sobre el Ganges.

Nos levantamos y fuimos directos al Scindhia ghat para coger la barca de remos que habíamos preacordado el día anterior de la que volvíamos al hostal. El precio fueron 100 Rs. por un paseo hasta un poco más allá de Dasaswamedh ghat, de una hora más o menos. Esta es otra de las cosas que nadie que visite Varanasi se debería perder.


Amanecer lo que es amanecer no vimos, ya que había bastante niebla, pero fue un paseo muy agradable. Además la niebla y la luz del amanecer que se dejaba entrever le daba un halo especial a los ghats que comenzaban poco a poco su actividad.


Cuando el día empieza puedes contemplar a los hindúes dándose su baño matutino o rezando a las orillas de su sagrado Ganges. Por el río había algún que otro turista madrugador, y algún vendedor también madrugador (o quizás estos últimos no duermen).


Por si las moscas nosotros también hicimos una pequeña ofrenda a este río que tantos millones de personas veneran... dejamos un platito de papel con flores, pétalos de rosa y la correspondiente velita en agradecimiento por los días que habíamos pasado en esta ciudad tan especial. Tantos millones de personas no pueden estar equivocadas, ¿no?


Volviendo ya para el Scindhia ghat, el remero nos propuso remar un rato... y la verdad es que era mucho más difícil de lo que parecía, así que una vez demostrada nuestra inutilidad a los remos, nos dejó en el ghat y a recoger, que en un rato teníamos que dejar la ciudad rumbo al aeropuerto para coger un vuelo a Khajuraho.


En principio habíamos quedado con el taxista que nos llevó hasta allí a las 8 en punto (recalcándole muy mucho que fuera puntual), pero después de esperarle 15 minutos decidimos marcharnos, ya que el tiempo se nos empezaba a echar encima y si finalmente no venía tendríamos que buscarnos la vida a contrarreloj. Así que echamos a andar por los callejones hasta la primera calle con tráfico, donde buscamos un tuk tuk, que son más baratos que los taxis (250 Rs.). Resultó que el conductor no tenía mucha idea de dónde estaba el aeropuerto, ya que el que funcionaba ahora era nuevo, con lo cual dimos unas cuantas vueltas. Cómo no, pretendía que ese paseo extra corriera por nuestra cuenta, pero ahí nos pusimos un poco duros y le dijimos que él tendría que saber dónde estaba el aeropuerto, y si no que hubiera preguntado, que los que si que no sabíamos ir éramos nosotros.

Finalmente llegamos al aeropuerto con tiempo de sobra. El vuelo de Kingfisher era a las 11:10, pero salió con bastante retraso, así que nos tomamos un tentempié en el aeropuerto mientras esperábamos.

Varanasi sería una de las ciudades que más nos gustaría en nuestro viaje. Como ya he dicho en varias ocasiones es una ciudad muy especial, digna de unos días si visitas el Norte de la India. De hecho estoy seguro de que volveremos a visitarla... quien sabe, quizás de camino a Nepal...

sábado, 10 de diciembre de 2011

Varanasi II

Al día siguiente nos levantamos también sin prisa. Desayunamos y salimos a dar un paseo, pero esta vez río abajo.


Por lo que vimos se trataba de una zona menos turística, sin hostales ni restaurantes ni vendedores.


Por allí encontrabas a niños jugando, búfalos bañándose, alguno que otro rezando y gente trabajando.


Los astilleros

Después de hacer alguna foto a algún grupo de niños, y no tan niños, que nos lo pidió (tras lo cual alguno también pedía “one rupee”), decidimos adentrarnos en las callejas hasta dar con alguna carretera con tráfico para coger un tuk tuk.


Esto era un equipo de fútbol

 

Nos dirigíamos a Sarnath (170 Rs.), un pueblo a unos 10 Km. de Varanasi donde hay unas ruinas budistas, además de un museo y un parque con ciervos. Por lo visto es un lugar importante para los budistas, ya que aquí Buda dio su primer sermón, y después debió ser un importante centro budista hasta que los musulmanes se cargaron todo cuando invadieron la ciudad. Ahora, desde mi punto de vista, a no ser que seas budista no hay gran cosa que ver.

Templo budista

Nos dimos una vuelta por las ruinas, que a excepción de la estupa Dhamekh (que marca el lugar donde Buda dio el sermón) y el pilar de Asoka, no ofrece mucho más, aparte de la tranquilidad del recinto.

Estupa Dhamekh

Después entramos al museo arqueológico, donde entre otras cosas se guarda el capitel del pilar de Asoka, que no es otra cosa que el león que es emblema nacional de la India.

Ya era hora de comer, y como no nos convenció mucho el pueblo, volvimos a Varanasi (150 Rs.) en tuk tuk para acabar en el restaurante del día anterior.

Una señora vaca

Allí, una vez más, comimos bien, tras lo cual nos quedamos un rato mirando a la gente pasar. Si te quedas un rato observando, probablemente veas algo curioso, como un señor con un mono atado a una cadena, con muy mala leche por cierto, que la había tomado con un perro y no hacía más que morderle el rabo.

Se nos había hecho tarde y en breve empezaría a refrescar, así que cogimos un ciclo-rickshaw para que nos acercara al hostal y coger algo de abrigo para después ver la puja, esta vez desde tierra. Pactamos con el hombrecillo 40 Rs., y le dimos algo más de propina, ya que nos daba mucha pena, pues era un hombre muy delgado que apenas podía con la bici... por un lado no me gusta usar este medio de transporte, pero por otro también pienso que esa gente necesita tener clientes, y seguramente con los turistas saquen algo más de dinero...

Al cabo de un rato ya estábamos entre la multitud de Dasaswamedh ghat, y con lo bajitos que somos tuvimos que buscar algún sitio al que subirnos para intentar ver algo de la ceremonia.


Tiene mucho de espectáculo de cara al turista, pero es bonito, y si estás en Varanasi tienes que verlo al menos una vez. Allí nos separamos, ya que yo me acerqué para intentar sacar alguna foto de recuerdo, y cuando nos encontramos un niño le había hecho un dibujo a Tamara en la mano. Por lo visto era un niño que decía que la conocía, aunque Tamara no se acordaba... la cosa es que debía ser verdad, porque no le pidió ni “rupee” ni nada.

De vuelta al hostal para cenar, vimos alguna puja más discretita, aunque no menos bonita, así que nos detuvimos un rato para contemplar el espectáculo.


Ya por fin en el hostal cenamos unas pakoras vegetales (unas “bolas” de vegetales, con una especie de rebozado y fritas) muy buenas, que debéis probar si os alojáis en el Scindhia Guest House, y a la camita, que al día siguiente queríamos madrugar para dar un paseo en barca mientras amanecía sobre el Ganges.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Varanasi I

Al día siguiente nos lo tomamos con tranquilidad, así que nos levantamos justo para llegar al desayuno en el hostal.

Vistas desde la habitación

Varanasi desde mi punto de vista es una ciudad para vivirla, es decir, pasear, observar, hablar con la gente, sentarse un rato en algún ghat (por cierto, un ghat son las escalerillas típicas que bajan al río, donde la gente acude por la mañanita pronto a bañarse, o donde lavan la ropa, o simplemente están, sin más, sentados hablando o meditando), tomarse el típico té indio con leche llamado “chai” o, por qué no, hacer alguna comprita, ya que por lo visto los saris y demás artículos de seda tienen cierta fama allí. También tienes algún templo e incluso algún museo y un fuerte que se puede visitar, pero para mi la esencia de Varanasi es la vida que transcurre por ella.

Volando cometas, uno de los pasatiempos favoritos de los niños

Así que eso es lo que hicimos, salir del hostal sin rumbo fijo y callejear por las estrechas calles de la zona vieja. Es un espectáculo curioso. Te cruzas con motos, vacas, perros y cabrás, a algunas de las cuales, por cierto, las visten con camisetas, muy graciosas ellas. El cableado se transforma en cada poste en una gran maraña de cables que sirve a más de un mono para encaramarse a las alturas. A los lados hay multitud de tiendas de todo tipo, desde souvenirs a tiendas de”ultramarinos”, donde hay un poco de todo, puestos donde sirven comida y chai o tiendas de saris.


Andando andando fuimos a dar a una calle más ancha, donde había bastante tráfico y muchas más tiendas. Necesitábamos cambiar dinero, así que esa sería nuestra misión, encontrar algún banco o algún puesto de cambio intentando no ser atropellados, ya que allí las aceras no se conocen y tienes que ir por la orilla sorteando motos aparcadas y los artículos expuestos de las tiendas. Por el camino nos encontramos una tienda de saris, y como no podía ser de otra forma, a Tamara se le pusieron los ojos como platos, y acabamos dentro. Un sari es el vestido típico indio para las mujeres; es un trozo de tela de unos 5 metros de largo y metro y medio más o menos de ancho, que se van enroscando alrededor del cuerpo de tal forma que van ellas muy monas. Antes de que nos diéramos cuenta ya nos habían traído un vasito de chai, cortesía de la tienda, y nos estaban enseñando infinidad de telas. Allí es costumbre que te inviten a un vasito de chai mientras estás en una tienda comprando algo, así que a pesar de que a mi no me gusta el té, acepté un vasito. He de decir que está muy bueno; no sé si es porque lo hacen con leche, por los polvos masala (una mezcla de 7 u 8 especias) que echan o porque es bastante dulce, pero a día de hoy me encanta. Y en principio es totalmente seguro, ya que es una bebida hervida. Total, que mientras yo me iba tomando mi chai poco a poco para no abrasarme, Tamara ya se estaba probando saris... y al final compró un par de ellos por 1.600 Rs. No creo que fueran de muy buena calidad, ya que supongo que el precio de 10 metros de seda sea más elevado, pero el caso es que a ella le gustaron, así que se los llevó, después de hacer fotos a todo el personal de la tienda por clamor popular. No sé por qué, pero los indios tienes una gran afición a ser fotografiados, a pesar de que luego no vayan a tener la foto en cuestión.

Seguimos el paseo con nuestros recién comprados saris, y preguntando a la gente por algún sitio para cambiar, acabamos en un sitio un poco turbio... el cambio no era excepcional ni mucho menos, y encima al final de todo el “banquero” en cuestión nos cobró una comisión extra... son errores que se cometen por ser primerizos, porque ahora le hubiera mandado a paseo. El caso es que necesitábamos cambiar, así que pasamos por el aro, ya que era sábado y a esas horas por lo visto los bancos no estaban abiertos.

Después de cambiar acabamos en la calle donde estaba el mercado la noche anterior. Allí nos abordó un joven para que fuéramos a una tienda, y después de decirle que no varias veces, nos acompañó en nuestro paseo un buen rato, con el único fin de hablar. Es algo de lo que te das cuenta pronto, muchos indios solo vienen a ti para intentar venderte algo, pero unos cuantos se quedarán contigo un rato dándole a la lengua. Son muy curiosos y te preguntarán cualquier cosa (por tu trabajo, tu sueldo, por el tiempo que llevas con tu pareja, que si por qué estás en la India, que si te gusta, ...), así que si ves que se están pasando de curiosos debes contraatacar y empezar a preguntar tu. La verdad es que es algo que te choca desde nuestro punto de vista occidental en el que todo el mundo va a lo suyo.

Un poco más adelante se nos acercó un niño. Esto era una de las cosas que más “miedo” me daba, junto con la suciedad. Pues bien, ninguna de las dos cosas resultó ser para tanto a lo largo del viaje. Por supuesto que hay suciedad, mucha. Hay suciedad por las calles, montones de plásticos tirados, que en mi opinión es lo peor, incluso en los principales monumentos vas a encontrarte antiestéticos plásticos por el suelo, y habrá ciertos rincones en los que olerá mal, pero mi impresión en este sentido es que una vez allí no es para tanto. Al fin y al cabo estás en la India, así que supongo que habrás estado un tiempo mentalizándote. Eso hice yo, y al final, como digo, no fue para tanto. El otro tema que os decía que tenía “miedo” era el de los críos pidiendo... Tampoco me pareció para tanto (al menos por las ciudades por las que nos movimos). Excepto en las ciudades grandes, como Mumbai o Jaipur, no vimos a gente y/o niños pidiendo. Si vimos pobreza, mucha, y niños que te intentaban vender algo (sobra decir que no debes comprarles nada), pero la impresión general fue que hay pobreza, pero la mayoría aunque sea para comer tiene. Pues bien, el niño en cuestión lo que quería, después de varios intercambios de señas, era una cocacola... Era un niño muy pequeño, quizás tuviera 5 años, pero como nos hizo tanta gracia le íbamos a comprar una lata de cocacola... pero no, lo que quería era una botella, ¡y de las grandes! La verdad es que quizás ahora le hubiera dicho que no, que si quería le compraba algo más nutritivo, pero caímos en la trampa, ya que el chaval nos hizo mucha gracia, y el capricho en cuestión era de muy pocas rupias... y así se marchó, con su botella a cuestas más contento que unas castañuelas.


La calle nos llevó hasta Dasaswamedh ghat, y de allí continuamos río arriba dirección Assi ghat, recorriendo los ghats viendo cómo se desenvuelve la vida a su alrededor. 



Lavando la ropa... aviso: los botones peligran

A medida que íbamos avanzando se nos acercaban vendedores de collares y demás baratijas, gente que estaba por allí con sus quehaceres y niños, algunos pidiendo fotos y otros intentando venderte algo.


En una de esas se nos acercaron dos o tres niñas, alrededor de doce años tendrían, que iban vendiendo las velas que usan como ofrendas para el sagrado Ganges... después un crío que nos ofrecía el barco de su tío para dar un paseo... y poco a poco estábamos rodeados por un grupo de seis o siete niños que nos acompañaban en nuestro paseo, preguntando curiosos y explicándonos algunas cosas de la ciudad. Aunque eran unos críos, se les notaba la picardía que da el tener que buscarse un poco la vida intentando sacar a los turistas unas pocas rupias. La verdad es que estábamos pasando un buen rato con ellos, y de hecho acabamos invitándolos a comer. En una de esas uno nos preguntó que si teníamos hambre, y que si nos apetecía pizza... Nosotros la verdad es que no teníamos nada de hambre, ya que habíamos desayunado tarde y serían las 12 y pico, pero aún así acabamos con ellos en una pizzería que conocían, por la zona de Assi ghat (como os digo, nos acompañaron un buuuuen rato). Total, que acabamos pidiendo tres pizzas para los cinco niños que nos acompañaron hasta el final. Ahí tuvieron un detalle que nos hizo mucha gracia, ya que mirando la carta, nos preguntaron de qué era cada pizza, y pidieron la más barata, ya que miraban alguna y exclamaban “¡Mira esta que cara!”. Pagamos la cuenta y como nosotros no queríamos comer nada aun, ahí les dejamos muy felices y agradecidos con las pizzas y unos refrescos.


Después de deambular durante un buen rato y adentrarnos por la ciudad, decidimos volver en ciclo-rickshaw (50 Rs., pagándolo muuuy bien) a la zona de Assi ghat para comer nosotros, previo paso por un locutorio para llamar a casa y que vieran nuestras familias que habíamos llegado bien. Acabamos en un restaurante que estaba muy bien. No recuerdo el nombre, pero estaba al final de los ghats. Era una casa con una terraza en la parte de delante y una balconada con mesas en el primer piso. Comimos un thali cada uno y la bebida por 250 Rs.

Después de descansar un rato en la balconada, volvimos río abajo por los ghats, pero poco duró el paseo, ya que nos encontramos con un chico que nos ofreció ir a ver la tienda de su tío, que vendía colchas de seda, pañuelos, ropa, fundas para cojines,... la verdad es que en un principio le dijimos que no, pero después lo pensamos mejor y accedimos, ya que tampoco teníamos nada que hacer, y queríamos comprar algo de recuerdo. Así que nos acompañó hasta la tienda, que estaba a unos 15 minutos del río, y nos enseñó dónde hacían las colchas. Eran varios talleres, algunos de los cuales un poco bastante cutres, en los que había gente confeccionándolas. A saber cuantas horas al día trabajaban en esos talleres...

En uno de los talleres

Después de la turné por los talleres nos llevó de nuevo a la tienda, y con el chai de rigor nos empezaron a enseñar colchas y más colchas. Me extrañaría que ellos mismos hicieran todas las colchas y demás cosas que tenían en la tienda, pero lo cierto es que había algunas realmente bonitas. Nosotros no sabíamos si comprarlas o no, ya que baratas no eran, así que para intentar convencernos nos enseñaron un libro donde la gente que había comprado algo allí había escrito sus impresiones. Es algo que todo el mundo tiene en la India, desde los conductores de tuk tuk, hasta las tiendas, pasando por los hoteles o un simple puesto de chai. Al final nos decidimos y compramos tres: una para mis padres, otra para la madre de Tamara y otra para nosotros. Tras mucho regatear, de media nos costó 80€ cada una, con los gastos de envío a España incluidos para no tener que cargar con ellas. Creo que fue una buena compra, ya que aquí una colcha tipo funda nórdica de cama de matrimonio, para meter dentro el edredón, con sus dos fundas para la almohada, de seda, cuesta bastante más. Y ya se han lavado y siguen perfectas, así que eran de buena calidad. El problema fue a la hora de pagar, que no teníamos tantas rupias y Tamara había dejado la tarjeta en la habitación del hostal. Así que como no querían dejarnos escapar, el chico se ofreció a acompañarnos hasta el hostal por cortesía de la tienda.

Ya era tarde y había anochecido, y acabamos en una barca (150 Rs.) viendo la puja de Dasaswamedh ghat con el chico de la tienda. La verdad es que no se veía mucho, ya que había muchas barcas que habían madrugado más que nosotros, y desde tierra no tenía pinta de que se fuera a ver mejor, ya que se congrega un montón de gente. Después de la puja, de camino al hostal, pasamos por un puesto de abalorios, pulseras, collares y demás. Era de la madre del chico, y nos regaló una pulsera a cada uno. Después de eso pasamos por la casa de unos amigos suyos, y tras enseñarnos las vacas que tenían en casa, nos llevaron a un cuartito donde elaboraban perfumes y especias.


Los indios si pueden hacer que algún amigo suyo se gane unas rupias no dudarán en intentarlo, y esa es la idea que tenía el chico que nos estaba acompañando toda la tarde. En el cuartuco nos sirvieron otro chai, y otro joven nos empezó a contar las propiedades de las distintas esencias con las que hacía los perfumes. Después de eso nos enseñó como hacía el curry masala. La verdad es que era interesante... y logró colocarnos un frasquito de aceite de una flor que crece en las montañas de Cachemira (por cierto, olía muy bien) y un par de botes de curry. La broma fueron 1.900 Rs., y si, creo que nos la metieron un poco bastante (otro error de principiante... antes de comprar, compara un poco y mira cómo anda de precio el producto en cuestión).

Ya por fin cogimos la tarjeta del hotel y fuimos de vuelta a la tienda, en un tuk tuk con la música hindi a todo trapo. Allí, después de pagar, nos invitaron a unas cervezas y una especie de gusanitos picantes mientras hablábamos un poco (que pena de no saber más inglés) y nos enseñaron a decir alguna cosa en hindi. Cierto es que nos habíamos dejado una pasta, pero pasamos un rato muy agradable con ellos.

Después de la ajetreada tarde fuimos a cenar al hostal y al sobre. Había sido un día muy largo, y a pesar de que era nuestro primer día nos daba la impresión de que llevábamos allí varios días.

Viaje y toma de contacto

¡Nos vamos para la India!

23 de diciembre. ¡Por fin llegó el día! Ese día tocaba madrugar, que a las 7:40 teníamos el avión de Santander a Madrid para a las 12:00 coger el avión de Saudí Arabian Airlines que nos llevaría a la India, previa escala en Riyadh. Lo que no nos esperábamos es que íbamos a empezar el viaje con mal pie. Una vez llegamos al aeropuerto, facturamos y nos metieron en el bus hasta pie de avión... y de allí no pasamos. Por lo que oí al conductor del bus, algo pasaba en el avión que el piloto decía que no podía despegar. A todo esto, tengo que decir que me pasé varios meses pensando que el avión en el que montásemos se iba a estrellar, ya que no acabo de entender que un bicho tan grande pueda volar... ¡y menos durante tantas horas! Total, que esto me pareció un mal presagio (cuanto daño ha hecho la saga de “Destino Final”...). Así que con las mismas nos devolvieron al aeropuerto y nos mandaron a los mostradores de facturación. Yo ya me veía cogiendo el coche y yendo a 180 km/h a Madrid para intentar coger el siguiente vuelo cuando una señorita de Iberia nos dijo que nos colocarían en el siguiente vuelo, que salía una hora después. De lo malo malo íbamos con Iberia, porque si llega a ser Ryanair, ahí hubiera terminado nuestra aventura.

El siguiente avión salió sin problemas, y llegamos a Madrid, donde nada más llegar nos dirigimos a los mostradores de facturación. Las mochilas nos las facturaron hasta Delhi, previo consejo a mi novia por parte del personal de Saudi Arabian de que se tapara, que si no lo mismo tenía problemas con la policía religiosa durante nuestra escala en Riyadh... la verdad es que no sé si existirá dicha policía, pero no me extrañaría.

El vuelo salió con hora y pico de retraso. Era un avión bastante nuevo, normalito, de los de medio recorrido, que iba bastante vacío. Lo malo iban a ser las horas que nos íbamos a tirar en él, ya que por algo el billete solo nos había costado 365€ i/v... hacía una escala de una hora en Milán para recoger a más pasajeros, donde se llenó hasta arriba.

Alrededor de media noche llegamos a Riyadh, la capital de Arabia Saudí. Era un aeropuerto que se veía muy nuevo, aunque para ser el aeropuerto de la capital me pareció pequeñito. Después de volver a pasar los controles (nunca entenderé por qué cuando haces escala, tienes que volver a pasar controles) y de que nos dieran algo de cenar por cortesía de la aerolínea, intentamos acomodarnos para dormir algo hasta las 4 y pico de la mañana que salía el siguiente vuelo. Mal aeropuerto para intentar dormir... no había ningún sitio retirado en el que acomodarnos, y cada dos por tres la puñetera megafonía dando la coña... hasta que por fin pudimos subir al siguiente avión.


El avión más grande en el que nos habíamos subido nunca, por cierto. Era el típico avión con los asientos en 3-4-3, con su pantallita individual y hasta una entrada USB en el que meter un lápiz de memoria con tus propias pelis, muy útil de haberlo sabido, ya que obviamente las películas eran en inglés o árabe. La verdad es que el viaje estuvo muy bien, el avión ni se movía, y el personal bastante atento.


Por fin a eso de las 11 del viernes 24 de diciembre llegamos a Delhi.

¡Estábamos en la India! ¡Por fin después de tanto planear y fantasear, habíamos llegado! O casi, ya que como nos parecieron pocas horas de avión, decidimos coger otro vuelo a Varanasi.

Después de estar hora y pico para llegar al control de pasaportes, esperar la cola y por fin pasar el control, fuimos a recoger el equipaje (que por cierto, tardó bastante) y cambiamos algo de dinero para los primeros gastos, como el taxi del aeropuerto internacional al nacional. Para coger un taxi, primero debes dirigirte al mostrador que hay a la izquierda, antes de salir del aeropuerto, y decir a donde quieres ir. Ya hay una tarifa prefijada para cada sitio, por lo que no hay que regatear. Allí pagas y te dan un recibo, el cual tienes que dar al taxista en cuestión una vez llegues a tu destino.

Cuando salimos del aeropuerto, un guardia nos indicó el taxi que teníamos que coger, así que nos dirigimos al aeropuerto desde donde salen los vuelos domésticos. Íbamos un poco nerviosos, porque no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar en cuanto a tráfico, ya que el vuelo salía a las 14:10, lo que significaba que a las 13:30 teníamos que haber facturado. Pero en menos de media hora habíamos llegado y todavía nos sobraban algo más de 15 minutos. Para ese entonces ya habíamos tenido una toma de contacto con la peculiar (y ligeramente suicida) forma de conducir india. En el trayecto de un aeropuerto al otro, nos cruzamos con algún tuk tuk en sentido contrario por la ¿autovía?, nuestro taxista invadió el arcén de tierra al encontrarnos con un pequeño atasco, comprobamos la afición que tienen a tocar el claxon,... y seguramente alguna cosilla más que se me olvida.

El último vuelo, que nos llevaría a la ciudad sagrada de Varanasi (o Benarés), lo teníamos con la compañía de bajo coste india de Spicejet. Salió alrededor de una hora tarde, como no. Eso sí, el avión muy bien, y nos dieron un botellín de agua.

A eso de las 5 de la tarde llegamos al aeropuerto de Varanasi. Es un aeropuerto nuevo y pequeño. Para ir a la ciudad cogimos otro taxi de prepago en el mostrador, donde pagamos 450 Rs. Fue un trayecto de alrededor de una hora, ya que el aeropuerto se encuentra un poco alejado de la ciudad, a unos 20 km. En ese trayecto ya saboreamos la conducción india en todo su esplendor. Una hora de mezcla entre sufrimiento provocado por tu propio instinto de supervivencia, risa nerviosa, diversión (la misma que te puede producir el Dragon Khan) y asombro por lo que te rodeaba... por la carretera iban coches, camiones, bicicletas, tuk tuks, cabras, vacas, perros y gente, todo mezclado sin ningún orden, donde tenía la prioridad quien fuera más grande. Ya empezamos a comprender que el claxon lejos de usarlo como elemento agresor, lo utilizan como aviso, para que los demás sepan por dónde vas y por dónde vas a adelantarles, así que nadie se ofende porque le pites.

Varanasi es el nuevo nombre de la muy antigua Benarés, la ciudad de Shiva, dios de la destrucción (o de la renovación, como lo quieras ver) una de las ciudades más sagradas de los hindúes. A ella deben acudir para limpiarse de sus pecados en el Ganges, y a ella acuden muchos ancianos a esperar a la muerte. Creen que muriendo allí alcanzan la moksa, oseasé, la liberación del ciclo de las reencarnaciones.

Cuando por fin llegamos a la ciudad ya era de noche, y por lo que leímos en la guía, y comprobamos por nosotros mismos, el taxi no puede pasar de un punto, ya que a partir de ahí las calles son tremendamente estrechas. Naturalmente no teníamos ni idea de hacia dónde teníamos que ir, ya que aquello a simple vista parece un laberinto, así que el taxista se ofreció a llevarnos hasta nuestro hostal, el Scindhia Guest House, al lado del Manikarnika ghat, el principal ghat crematorio. Durante los minutos que duró el recorrido, nuestro asombro iba en aumento... aquello era una maraña de calles oscuras y estrechas por las que nos cruzábamos con niños que te hablaban, vacas, cabras, perros,... y un peculiar olor que venía de las hogueras que los indios hacían para entrar en calor y para las que descubrimos más tarde que usaban boñigas secas de vaca, que por lo visto arden que da gusto (de ahí el olorcillo) hasta que por fin llegamos al hostal. Allí el taxista era evidente que esperaba una propina (como todo el mundo a lo largo de lo que sería el viaje), así que para asegurarme que el lunes, día que partíamos de Varanasi, tendríamos un taxista que nos fuera a buscar al hostal, le dije que el lunes por la mañana nos viniera a buscar y le pagaríamos 600 Rs. por llevarnos al aeropuerto.

El hostal a simple vista estaba bien. Era sencillo y el personal simpático. El alojamiento lo habíamos preacordado por email. Una habitación con balcón mirando al Ganges (que el personal del hotel nos indicó que dejáramos cerrado para que no entraran los monos), desde donde veíamos el Manikarnika ghat, con baño privado, 750 Rs. Seguramente si no hubiéramos preacordado el precio hubiera sido más barato, pero al ser el primer viaje de este estilo preferimos llevar casi todo el alojamiento así.

Por fin habíamos llegado. Para ese entonces yo estaba alucinado y encantado, deseando salir del hostal para ver un poco el paseo por los ghats, y Tamara estaba alucinada y un poco descolocada por llamarlo de alguna manera, ya que Varanasi es un poco “radical” como primera parada en India. Después de dejar las mochilas y descansar unos minutos, decidimos salir a dar un paseo. No nos adentramos mucho por las callejas que preceden a los ghats, ya que estaba bastante oscuro y no conocíamos nada. Compramos unas espirales para los mosquitos por unas pocas rupias y un mechero, y decidimos ir a ver el Manikarnika ghat un poco más de cerca. Por el camino de hecho nos cruzamos con un cadáver tapado por una tela, con los seres queridos siguiendo el cortejo fúnebre y cantando mantras. Como es habitual, en el ghat crematorio había mucha gente congregada debido a la cremación de algún cadáver. Nosotros nos colocamos a una distancia prudencial, ya que no deja de ser un funeral y “nos daba cosa estar demasiado cerca”, pero no tardó en acercarse lo que supusimos que era un sadhu para explicarnos un poco cómo funcionaba todo, y pedirnos algo de dinero para comprar madera para las cremaciones... no sé si será verdad o no, pero bueno, le dimos unas cuantas rupias y seguimos río arriba viendo los ghats, con los restos de lo que habían sido las pujas.

Llegamos hasta Dasaswamedh ghat, el ghat más céntrico, donde se hace la principal puja todas las tardes a eso de las 19:00. La puja es una ceremonia que se celebra en honor al Ganges, donde se mezcla religiosidad, danza, fuego y las famosas velitas con flores sobre una hoja de loto que se depositan en el río para que se lo lleve.


Por allí había un mercadillo que se adentraba en la ciudad por una calle ancha e iluminada, así que nos dimos una vuelta por allí. Ya empezamos a ver lo habladores que son los indios, ya que se nos acercó más de uno para ofrecernos ir a alguna tienda o restaurante, y ya de paso se quedaban un rato hablando con nosotros.


Después del paseo de vuelta al hostal, que estaba a unos 15 o 20 minutos de Dasaswamedh ghat, preguntamos por el restaurante para cenar algo. Había un restaurante en el último piso del edificio, con buenas vistas de la zona, así que como era nochebuena nos dimos una buena cena por unas 450 Rs. los dos, tras lo cual nos fuimos a dormir. Había sido un día muuuy largo y nos lo habíamos ganado.

La toma de contacto para mi no habría podido ser mejor, aunque Tamara estaba algo “asustada”. Mucha gente dice por los foros que Varanasi es mejor dejarlo para el final, ya que es un choque muy fuerte. Nosotros por cuestión de organización decidimos empezar por allí... y creo que es lo mejor que pudimos hacer. Te encuentras cara a cara con la India ancestral y sagrada, la de los dioses y el karma, la de los sadhus bañándose en los ghats y los ancianos esperando con tranquilidad su hora. Donde se mezcla la vida y la muerte, que no deja de ser las dos caras de la misma moneda. Una India que a mi me atrajo desde el primer momento, y que a Tamara le atraería cuando la viera a la luz del Sol. Es esa parte de la India que te hace reflexionar. A mi por lo pronto me hizo reflexionar sobre cómo afrontar la muerte... en Varanasi ves que aunque es algo triste, es una etapa más de la vida, y no se afronta con el traumatismo y el tabú con que se afronta en Occidente... o eso es lo que yo percibí. También percibes que en este mundo en el que todo gira en torno a lo material, hay rincones en los que todavía cabe lo espiritual.


No hace falta ser hinduista para percibir que esa ciudad tiene algo especial, que se ve, se oye, pero sobre todo se respira.

Mañana será otro día. Esto solo acaba de empezar.