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viernes, 9 de diciembre de 2011

Varanasi I

Al día siguiente nos lo tomamos con tranquilidad, así que nos levantamos justo para llegar al desayuno en el hostal.

Vistas desde la habitación

Varanasi desde mi punto de vista es una ciudad para vivirla, es decir, pasear, observar, hablar con la gente, sentarse un rato en algún ghat (por cierto, un ghat son las escalerillas típicas que bajan al río, donde la gente acude por la mañanita pronto a bañarse, o donde lavan la ropa, o simplemente están, sin más, sentados hablando o meditando), tomarse el típico té indio con leche llamado “chai” o, por qué no, hacer alguna comprita, ya que por lo visto los saris y demás artículos de seda tienen cierta fama allí. También tienes algún templo e incluso algún museo y un fuerte que se puede visitar, pero para mi la esencia de Varanasi es la vida que transcurre por ella.

Volando cometas, uno de los pasatiempos favoritos de los niños

Así que eso es lo que hicimos, salir del hostal sin rumbo fijo y callejear por las estrechas calles de la zona vieja. Es un espectáculo curioso. Te cruzas con motos, vacas, perros y cabrás, a algunas de las cuales, por cierto, las visten con camisetas, muy graciosas ellas. El cableado se transforma en cada poste en una gran maraña de cables que sirve a más de un mono para encaramarse a las alturas. A los lados hay multitud de tiendas de todo tipo, desde souvenirs a tiendas de”ultramarinos”, donde hay un poco de todo, puestos donde sirven comida y chai o tiendas de saris.


Andando andando fuimos a dar a una calle más ancha, donde había bastante tráfico y muchas más tiendas. Necesitábamos cambiar dinero, así que esa sería nuestra misión, encontrar algún banco o algún puesto de cambio intentando no ser atropellados, ya que allí las aceras no se conocen y tienes que ir por la orilla sorteando motos aparcadas y los artículos expuestos de las tiendas. Por el camino nos encontramos una tienda de saris, y como no podía ser de otra forma, a Tamara se le pusieron los ojos como platos, y acabamos dentro. Un sari es el vestido típico indio para las mujeres; es un trozo de tela de unos 5 metros de largo y metro y medio más o menos de ancho, que se van enroscando alrededor del cuerpo de tal forma que van ellas muy monas. Antes de que nos diéramos cuenta ya nos habían traído un vasito de chai, cortesía de la tienda, y nos estaban enseñando infinidad de telas. Allí es costumbre que te inviten a un vasito de chai mientras estás en una tienda comprando algo, así que a pesar de que a mi no me gusta el té, acepté un vasito. He de decir que está muy bueno; no sé si es porque lo hacen con leche, por los polvos masala (una mezcla de 7 u 8 especias) que echan o porque es bastante dulce, pero a día de hoy me encanta. Y en principio es totalmente seguro, ya que es una bebida hervida. Total, que mientras yo me iba tomando mi chai poco a poco para no abrasarme, Tamara ya se estaba probando saris... y al final compró un par de ellos por 1.600 Rs. No creo que fueran de muy buena calidad, ya que supongo que el precio de 10 metros de seda sea más elevado, pero el caso es que a ella le gustaron, así que se los llevó, después de hacer fotos a todo el personal de la tienda por clamor popular. No sé por qué, pero los indios tienes una gran afición a ser fotografiados, a pesar de que luego no vayan a tener la foto en cuestión.

Seguimos el paseo con nuestros recién comprados saris, y preguntando a la gente por algún sitio para cambiar, acabamos en un sitio un poco turbio... el cambio no era excepcional ni mucho menos, y encima al final de todo el “banquero” en cuestión nos cobró una comisión extra... son errores que se cometen por ser primerizos, porque ahora le hubiera mandado a paseo. El caso es que necesitábamos cambiar, así que pasamos por el aro, ya que era sábado y a esas horas por lo visto los bancos no estaban abiertos.

Después de cambiar acabamos en la calle donde estaba el mercado la noche anterior. Allí nos abordó un joven para que fuéramos a una tienda, y después de decirle que no varias veces, nos acompañó en nuestro paseo un buen rato, con el único fin de hablar. Es algo de lo que te das cuenta pronto, muchos indios solo vienen a ti para intentar venderte algo, pero unos cuantos se quedarán contigo un rato dándole a la lengua. Son muy curiosos y te preguntarán cualquier cosa (por tu trabajo, tu sueldo, por el tiempo que llevas con tu pareja, que si por qué estás en la India, que si te gusta, ...), así que si ves que se están pasando de curiosos debes contraatacar y empezar a preguntar tu. La verdad es que es algo que te choca desde nuestro punto de vista occidental en el que todo el mundo va a lo suyo.

Un poco más adelante se nos acercó un niño. Esto era una de las cosas que más “miedo” me daba, junto con la suciedad. Pues bien, ninguna de las dos cosas resultó ser para tanto a lo largo del viaje. Por supuesto que hay suciedad, mucha. Hay suciedad por las calles, montones de plásticos tirados, que en mi opinión es lo peor, incluso en los principales monumentos vas a encontrarte antiestéticos plásticos por el suelo, y habrá ciertos rincones en los que olerá mal, pero mi impresión en este sentido es que una vez allí no es para tanto. Al fin y al cabo estás en la India, así que supongo que habrás estado un tiempo mentalizándote. Eso hice yo, y al final, como digo, no fue para tanto. El otro tema que os decía que tenía “miedo” era el de los críos pidiendo... Tampoco me pareció para tanto (al menos por las ciudades por las que nos movimos). Excepto en las ciudades grandes, como Mumbai o Jaipur, no vimos a gente y/o niños pidiendo. Si vimos pobreza, mucha, y niños que te intentaban vender algo (sobra decir que no debes comprarles nada), pero la impresión general fue que hay pobreza, pero la mayoría aunque sea para comer tiene. Pues bien, el niño en cuestión lo que quería, después de varios intercambios de señas, era una cocacola... Era un niño muy pequeño, quizás tuviera 5 años, pero como nos hizo tanta gracia le íbamos a comprar una lata de cocacola... pero no, lo que quería era una botella, ¡y de las grandes! La verdad es que quizás ahora le hubiera dicho que no, que si quería le compraba algo más nutritivo, pero caímos en la trampa, ya que el chaval nos hizo mucha gracia, y el capricho en cuestión era de muy pocas rupias... y así se marchó, con su botella a cuestas más contento que unas castañuelas.


La calle nos llevó hasta Dasaswamedh ghat, y de allí continuamos río arriba dirección Assi ghat, recorriendo los ghats viendo cómo se desenvuelve la vida a su alrededor. 



Lavando la ropa... aviso: los botones peligran

A medida que íbamos avanzando se nos acercaban vendedores de collares y demás baratijas, gente que estaba por allí con sus quehaceres y niños, algunos pidiendo fotos y otros intentando venderte algo.


En una de esas se nos acercaron dos o tres niñas, alrededor de doce años tendrían, que iban vendiendo las velas que usan como ofrendas para el sagrado Ganges... después un crío que nos ofrecía el barco de su tío para dar un paseo... y poco a poco estábamos rodeados por un grupo de seis o siete niños que nos acompañaban en nuestro paseo, preguntando curiosos y explicándonos algunas cosas de la ciudad. Aunque eran unos críos, se les notaba la picardía que da el tener que buscarse un poco la vida intentando sacar a los turistas unas pocas rupias. La verdad es que estábamos pasando un buen rato con ellos, y de hecho acabamos invitándolos a comer. En una de esas uno nos preguntó que si teníamos hambre, y que si nos apetecía pizza... Nosotros la verdad es que no teníamos nada de hambre, ya que habíamos desayunado tarde y serían las 12 y pico, pero aún así acabamos con ellos en una pizzería que conocían, por la zona de Assi ghat (como os digo, nos acompañaron un buuuuen rato). Total, que acabamos pidiendo tres pizzas para los cinco niños que nos acompañaron hasta el final. Ahí tuvieron un detalle que nos hizo mucha gracia, ya que mirando la carta, nos preguntaron de qué era cada pizza, y pidieron la más barata, ya que miraban alguna y exclamaban “¡Mira esta que cara!”. Pagamos la cuenta y como nosotros no queríamos comer nada aun, ahí les dejamos muy felices y agradecidos con las pizzas y unos refrescos.


Después de deambular durante un buen rato y adentrarnos por la ciudad, decidimos volver en ciclo-rickshaw (50 Rs., pagándolo muuuy bien) a la zona de Assi ghat para comer nosotros, previo paso por un locutorio para llamar a casa y que vieran nuestras familias que habíamos llegado bien. Acabamos en un restaurante que estaba muy bien. No recuerdo el nombre, pero estaba al final de los ghats. Era una casa con una terraza en la parte de delante y una balconada con mesas en el primer piso. Comimos un thali cada uno y la bebida por 250 Rs.

Después de descansar un rato en la balconada, volvimos río abajo por los ghats, pero poco duró el paseo, ya que nos encontramos con un chico que nos ofreció ir a ver la tienda de su tío, que vendía colchas de seda, pañuelos, ropa, fundas para cojines,... la verdad es que en un principio le dijimos que no, pero después lo pensamos mejor y accedimos, ya que tampoco teníamos nada que hacer, y queríamos comprar algo de recuerdo. Así que nos acompañó hasta la tienda, que estaba a unos 15 minutos del río, y nos enseñó dónde hacían las colchas. Eran varios talleres, algunos de los cuales un poco bastante cutres, en los que había gente confeccionándolas. A saber cuantas horas al día trabajaban en esos talleres...

En uno de los talleres

Después de la turné por los talleres nos llevó de nuevo a la tienda, y con el chai de rigor nos empezaron a enseñar colchas y más colchas. Me extrañaría que ellos mismos hicieran todas las colchas y demás cosas que tenían en la tienda, pero lo cierto es que había algunas realmente bonitas. Nosotros no sabíamos si comprarlas o no, ya que baratas no eran, así que para intentar convencernos nos enseñaron un libro donde la gente que había comprado algo allí había escrito sus impresiones. Es algo que todo el mundo tiene en la India, desde los conductores de tuk tuk, hasta las tiendas, pasando por los hoteles o un simple puesto de chai. Al final nos decidimos y compramos tres: una para mis padres, otra para la madre de Tamara y otra para nosotros. Tras mucho regatear, de media nos costó 80€ cada una, con los gastos de envío a España incluidos para no tener que cargar con ellas. Creo que fue una buena compra, ya que aquí una colcha tipo funda nórdica de cama de matrimonio, para meter dentro el edredón, con sus dos fundas para la almohada, de seda, cuesta bastante más. Y ya se han lavado y siguen perfectas, así que eran de buena calidad. El problema fue a la hora de pagar, que no teníamos tantas rupias y Tamara había dejado la tarjeta en la habitación del hostal. Así que como no querían dejarnos escapar, el chico se ofreció a acompañarnos hasta el hostal por cortesía de la tienda.

Ya era tarde y había anochecido, y acabamos en una barca (150 Rs.) viendo la puja de Dasaswamedh ghat con el chico de la tienda. La verdad es que no se veía mucho, ya que había muchas barcas que habían madrugado más que nosotros, y desde tierra no tenía pinta de que se fuera a ver mejor, ya que se congrega un montón de gente. Después de la puja, de camino al hostal, pasamos por un puesto de abalorios, pulseras, collares y demás. Era de la madre del chico, y nos regaló una pulsera a cada uno. Después de eso pasamos por la casa de unos amigos suyos, y tras enseñarnos las vacas que tenían en casa, nos llevaron a un cuartito donde elaboraban perfumes y especias.


Los indios si pueden hacer que algún amigo suyo se gane unas rupias no dudarán en intentarlo, y esa es la idea que tenía el chico que nos estaba acompañando toda la tarde. En el cuartuco nos sirvieron otro chai, y otro joven nos empezó a contar las propiedades de las distintas esencias con las que hacía los perfumes. Después de eso nos enseñó como hacía el curry masala. La verdad es que era interesante... y logró colocarnos un frasquito de aceite de una flor que crece en las montañas de Cachemira (por cierto, olía muy bien) y un par de botes de curry. La broma fueron 1.900 Rs., y si, creo que nos la metieron un poco bastante (otro error de principiante... antes de comprar, compara un poco y mira cómo anda de precio el producto en cuestión).

Ya por fin cogimos la tarjeta del hotel y fuimos de vuelta a la tienda, en un tuk tuk con la música hindi a todo trapo. Allí, después de pagar, nos invitaron a unas cervezas y una especie de gusanitos picantes mientras hablábamos un poco (que pena de no saber más inglés) y nos enseñaron a decir alguna cosa en hindi. Cierto es que nos habíamos dejado una pasta, pero pasamos un rato muy agradable con ellos.

Después de la ajetreada tarde fuimos a cenar al hostal y al sobre. Había sido un día muy largo, y a pesar de que era nuestro primer día nos daba la impresión de que llevábamos allí varios días.

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